domingo, 21 de diciembre de 2014

Nos vamos de excursión


“Jumpology”. “La Fuga de Naturalia”. Caracas, Venezuela. (Photo by Franca Alejandra Franchi)
“La Fuga de Naturalia”. Caracas, Venezuela. (Photo by Franca Alejandra Franchi)

Las excursiones del domingo

La familia Bassanini estaba compuesta por el jefe de familia, la mujer y tres hijos pequeños. Era una familia normal, salvo cuando iban en auto. Esto sucedía los domingos, en las así llamadas excursiones dominicales, que se hacían regularmente desde que Bassanini se había comprado el auto. Bassanini manejaba a velocidad moderada, siempre listo para frenar si fuese necesario. La mujer lo ayudaba a descubrir de lejos los peligros. Pero el drama estallaba cuando aparecía un cartel con la indicación de un desvío, por ejemplo Génova a la derecha, Livorno a la izquierda. Bassanini, con una fila de autos detrás, no pudiendo detenerse perdía la cabeza y perdía también el concepto de izquierda y derecha. Los hijos gritaban:
-¡Papá, papá, andá para allá! -y la mujer:
-Gino, prestá atención, es peligroso, andá a la derecha, para allá está Livorno.
Era cuestión de pocos segundos; en el auto estallaba la agitación y el alboroto, él aterraba el volante; si frenaba, de atrás sonaban las bocinas, y en la indecisión del último instante terminaba fuera de la ruta, sobre la hierba del desvío o contra el guarda-rail que estaba delante, o con una de las ruedas en la zanja. Como siempre iba muy despacio, el accidente nunca era grave. Algunas veces golpeaba con un guardabarros el cartel indicador sobre el que estaba escrito Livorno-Génova. Y los autos, en vez de ayudarlo, le gritaban "imbécil" por la ventanilla, o le tocaban bocina insistentemente como diciéndole "imbécil". Pero también sucedía que asediado de esa forma, sin saber ya más nada ni de Génova ni de Livorno, agarraba directamente el camino equivocado. Mejor dicho: siempre sucedía eso: si para sí mismo, para no olvidárselo, se repetía "Livorno", por una especie de impulso enemigo tomaba inexorablemente para Génova. Los hijos gritaban:
-Papá, volvé para atrás.
Y la mujer también:
-Volvé para atrás.
Pero tenía una fila de autos detrás, también ellos de excursión dominical, y no podía detenerse. Estaba lo más a la derecha posible. Tratando de disminuir la velocidad rozaba las señalizaciones, y los hijos gritaban "papá", aferrados a sus asientos. A veces proseguían como diez kilómetros. Hasta que Bassanini se tranquilizaba y salía de la ruta. Nunca tuvo un verdadero accidente. Algún salto, a lo sumo los gritos, ya sea de sus hijos como de su mujer. Después todos se sentían más tranquilos. La mujer decía: "No pasó nada", y empujaban el auto hasta un lugar donde se podía dar la vuelta. Las más terribles eran las bifurcaciones donde no se podían detener para pensar y calmarse, y había que decidir mientras al mismo tiempo había que pensar en el volante, y toda la familia estaba tensa y asustada. El padre decía que perdía la cabeza por la responsabilidad que tenía, y porque todos se la agarraban con él. Por suerte las bifurcaciones como esas eran raras. En las rutas derechas se sentía seguro de si y se comportaba respetando las señales de tránsito.
Los hijos, que iban a la escuela primaria, al día siguiente contaban en la composición que la excursión había sido calma y lindísima y que el padre había manejado fumando. El realidad Bassanini tenía que detenerse cada tanto para fumar porque no podía fumar manejando; decía que el cigarrillo le dificultaba las maniobras, por ejemplo, si de improviso se presentaba una curva; pero también en las rectas decía que si pensaba en el cigarrillo no podía pensar en la ruta. Así, cada tanto, para descargar las tensiones, se detenía al costado de la ruta y fumaba. Algunas veces fumaba también la mujer, mientras los hijos se divertían en el asiento de atrás.
La época de las excursiones dominicales terminó cuando se terminó también el auto, al que se lo llevó la grúa de auxilio. La época del auto quedó impresa para siempre en la memoria de los miembros de la familia como una época de grandes emociones, cuyo eco volvía a encontrarse el lunes en las composiciones de los hijos, siempre, naturalmente, un poco edulcoradas, según la tradición escolar.
Bassanini no tuvo ganas de comprar un segundo auto. Decía que se había acostumbrado al sistema de comandos del otro y que ya era viejo para aprender todo de nuevo.

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