domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuento familiar


Revellers dressed as witches walk to the traditional start of the carnival season in Cologne, Germany, Tuesday, November 11, 2014. (Photo by Martin Meissner/AP Photo)

Revellers dressed as witches walk to the traditional start of the carnival season in Cologne, Germany, Tuesday, November 11, 2014. (Photo by Martin Meissner/AP Photo)


Las nieves de ayer

Cuando con el taxi doblábamos una esquina, mi madre me dijo: -Ahora la verás. La casa en donde naciste.
Pero mi padre dijo: -No, es en la próxima calle. No en esta.
-Creí que era esta -dijo mi madre.
-No -dijo mi padre-. He visto el nombre en la esquina. Es la próxima. Todas son parecidas por aquí.
Miré por la ventanilla del taxi las casas que pasábamos y eran todas grandes casas hechas, en su mayoría de ladrillos rojos, y la mayoría estaba retirada de la calle y tenía un gran jardín en el frente. Todo era muy tranquilo en esas calles sin tráfico, y apenas se veía alguna persona; en realidad no parecía que estuviéramos en Londres. La mayoría de las casas tenía las persianas bajas, porque era verano y el sol pegaba fuerte en ese lado de la calle.
-No te asomes tanto por la ventanilla, cariño -me dijo mi madre.
-Sólo estoy mirando las casas, madre -dije.
-Richard -dijo mi padre-, haz lo que te dice tu madre.
Me recliné en el asiento al lado de mi madre. Mi padre estaba enfrente con el bastón entre las rodillas. Tenía una mano  sobre el puño del bastón y, por el modo en que se acariciaba la barba con la otra mano, yo podía darme cuenta de que estaba impacientándose.
Yo también me estaba impacientando: habíamos recorrido un largo trayecto en el taxi y me gustaba, pero estaba muy ansioso pensando que iba a ver la casa en donde había nacido y preguntándome cómo sería la señora Macfarlane. La señora Macfarlane había cuidado a mi madre cuando yo nací e íbamos a pasar la noche en su casa antes de cruzar a Francia para ver a mi tía Jane. Yo nunca había visto a la señora Macfarlane, pero mi madre me había hablado mucho de ella y sabía que tenía un perro llamado Scraps y un gato llamado Tommy. Había visto una foto de la casa, con Tommy sentado en el antepecho de la ventana y una cruz que marcaba la habitación, en el piso superior, en donde yo había nacido.
-¿Crees que la señora Macfarlane tendrá todavía a Scraps y a Tommy? -le pregunté a mi madre.
-No lo sé, cariño. Diez años es mucho tiempo y me acuerdo de que ya eran bastante viejos en ese entonces.
Mi padre dijo: -Esta es la calle. Doblando a la derecha por aquí. -Pero, en cambio, el taxi dobló a la izquierda.
Mi padre sacó la cabeza por la ventanilla y le gritó al taxista, que respondió "Lo siento, señor", y comenzó a dar vuelta el coche otra vez. Mi padre se reclinó en el asiento; se acariciaba la barba, parecía muy enojado. -Estos malditos peones -dijo-, uno tiene que estar siempre controlándolos.
El taxi tomó la calle a la derecha y mi padre sacó el reloj y le abrió la tapa de golpe, miró la hora. Dijo: -Estoy con  un hambre terrible. Espero que, cuando lleguemos, esa vieja zonza nos haya preparado el té.
-Claro que sí, querido -dijo mi madre.
-No estaría tan seguro al respecto -dijo mi padre-. Se entretendrá tanto charlando contigo que probablemente se olvide por completo.
A mi padre no le gustaba la señora Macfarlane. No le gustaba porque hablaba demasiado. Hablaba como una cotorra, decía mi padre. Pero mi madre dijo que quería despedirse antes de que fuéramos a Francia y al final mi padre dijo que bueno, que de todos modos nos ahorraría el gasto del hotel.
Mi madre se inclinó hacia delante para mirar las casas.
-Aquí estamos -dijo por fin-, es esta.
-Era hora -dijo mi padre.
Golpeó el vidrio detrás de sí y el taxi se detuvo. Abrí la puerta y mi madre me siguió y extendió una mano para ayudar a mi padre a bajar, pero él dijo: -Está bien, está bien. Puedo hacerlo, gracias a Dios, aun cuando sea un inválido. -Y se bajó solo, sujetándose de la puerta.
-Aquí tienes, Dicky -dijo mi madre, y señaló la casa. Tenía el mismo aspecto que la de la foto, excepto que Tommy no estaba sentado en la ventana y había un jardín en el frente igual que en las otras casas de la misma calle.
Mi padre le dijo al taxista: -Traiga el equipaje, no se quede allí con la boca abierta como un tonto. -Y cruzó el cerco apoyándose con todo su peso en el bastón y rengueando con la pierna que se había lastimado en la guerra de los bóers.
Mi madre dijo: -¡Allí está Mac! Mirando por la ventana. -Y agitó la mano en dirección a la ventana que en la foto  estaba marcada con una cruz, pero cuando yo levanté la vista la señora Macfarlane había desaparecido.
Cuando llegamos a la puerta, la abrió una mucama pero, antes de que pudiera decir nada, la señora Macfarlane ya había bajado y la había quitado del medio y mi madre dijo: -¡Mac!
Y la señora Macfarlane dijo: -¡Querida! Después de todos estos años... -Y se abrazaron y besaron.
Mi padre se sacó el sombrero y dijo: -¡Bueno, señora Macfarlane! -Con cierto tono cordial en la voz, aunque yo sabía que, en realidad, la señora Macfarlane no le agradaba.
-Bueno, coronel -dijo la señora Macfarlane, y se dieron la mano.
La señora Macfarlane era muy alta y delgada y tenía el cabello rojo y la cara larga como la de un caballo. No sé cuántos años tendría, pero escuché que mi padre decía que ciento uno, aunque no parecía tan vieja. Tenía puesto un vestido negro como los de las fotos de mí abuela.
-Él es Dicky -dijo mi madre-. Saluda a la señora  Macfarlane, cariño.
Y la señora Macfarlane dijo:
-Bueno, Dicky, te has convertido en todo un muchacho. -Y se agachó y me besó. No me gustó demasiado: la  señora Macfarlane olía raro y, de todos modos, a mí no me gustaba que me besaran. En cuanto pude, me limpié la cara sin que ella me viera.
-Bueno, bueno -dijo la señora Macfarlane-, eres un  apuesto muchacho. Tienes los ojos de tu madre. Yo recuerdo  cuando eras así de grande. -Y apenas separó una mano de la otra y yo pensé que debí de haber sido muy chiquito cuando nací si no era más grande que eso.
-Oh, eras una cosita chiquitita -dijo la señora Macfarlane-. Yo fui la primera en tenerte en brazos, ya que ayudé a traerte al mundo. -Mi padre tosió y empezó a impacientarse, y yo podía darme cuenta de que ya se estaba cansando de la señora Macfarlane y se preguntaba por su té.
El taxista apareció con un baúl en la espalda y le dijo a mi padre: -¿Qué hago con esto, señor?
-¡¿Cómo diablos podría saberlo?! -dijo mi padre, y luego-: Disculpe, señora Macfarlane.
-No se preocupe por mí, coronel -dijo la señora Macfarlane-, si quiere maldecir. Santo cielo, usted tendría que haber escuchado a veces a mi esposo cuando estaba enojado. Santo Dios -dijo y echó la cabeza hacia atrás y lanzó una estruendosa risa, como el relincho de un caballo.
El taxista le dijo: -¿Lo llevo arriba, señora?
La señora Macfarlane dejó de reírse y le dijo a la mucama: -Doris, muéstrale el camino.
-Sí, señora -dijo Doris, y el taxista la siguió por las escaleras, doblado por el peso del baúl.
Observé el vestíbulo. Era largo y oscuro, con puertas por todas partes y, en la pared, una vitrina llena de mariposas y, encima de la vitrina, una lechuza embalsamada. En el vestíbulo había un olor parecido al de la señora Macfarlane; un olor similar al de una cueva, y el sol no llegaba más allá de la puerta. La señora Macfarlane hablaba con mi madre y las dos decían qué bueno era verse de nuevo y mi padre se acarició  la barba y murmuró algo y el taxista bajó las escaleras sin el baúl y le dijo a mi padre: -Eso es todo, señor.
Así que mi padre le pagó y la señora Macfarlane dijo: -Supongo que tendrán hambre después del viaje. Tengo el té listo.
Mi padre pareció más complacido cuando escuchó eso y dijo:: -Es muy bueno de su parte, señora Macfarlane, espero que no estemos causándole demasiados problemas. -Y ella dijo que no, que era un placer.
Ella abrió una de las puertas del vestíbulo y había una gran sala con un piano. En la pared colgaba la pintura de un hombre con su uniforme de mayor y unas ventanas altas daban al jardín del fondo. Cuando entramos, un gran gato negro saltó al piso desde una silla y yo dije: -¡Es Tommy!
Y mi madre dijo: -No el mismo, seguramente. -Y la señora Macfarlane dijo que no, que era otro gato con el mismo nombre.
-Tommy, Tommy -dije, pero Tommy no se acercaba. Caminó pegado a la pared y luego salió por la puerta abierta con la velocidad de un rayo.
-Es tímido -dijo la señora Macfarlane-, se acostumbrará a ti con el tiempo.
-¿Aún tienes a Scraps? -dijo mi madre.
-No, hace años tuve que sacrificarlo -dijo la señora Macfarlane-. Tengo uno muy parecido, aunque ahora salió a caminar con Sonny.
-¿Quién es Sonny? -dijo mi madre.
-El señor Krishna -dijo la señora Macfarlane-. Tú recuerdas, te conté sobre él en mi última carta.
-Oh, sí -dijo mi madre.
-Sonny es el nombre cariñoso que le puse yo -dijo la señora Macfarlane.
Me pregunté quién era Krishna, no había escuchado sobre él hasta ahora. Sabía que Krishna era el nombre de un dios de la India porque lo había leído en un libro que tenía en casa y que se llamaba El ojo de Krishna. Sin embargo, parecía un nombre extraño para que lo tuviera una persona.
La señora Macfarlane dijo: -Scraps le tiene mucho cariño a Sonny. Lo sigue a todas partes. ¿Saben?, fue raro, cuando Sonny regresó a la India el año pasado, tuvo que atravesar toda clase de ritos de purificación y cosas por el estilo porque allí los perros son considerados parias. Pobre Sonny, la pasó espantosamente mal. -Echó la cabeza hacia atrás y se rió muy fuerte
Justo entonces la mucama golpeó la puerta y entró con la bandeja del té y mi padre pareció complacido y la señora Macfarlane dijo: -Doris, ¿dónde está la señorita Gerty?
-En el fondo, señora.
-Llámala -dijo la señora Macfarlane-, es la hora del té. -Le dijo a mi madre-: Gerty es mi pequeña sobrina. Se queda aquí conmigo unos quince días.
-¿Cuántos años tiene? -preguntó mi madre.
-Sólo nueve.
-Oh, qué bueno para Dicky -dijo mi madre-. Te gustaría jugar con ella, ¿no, Dicky?
-Sí-dije yo, por ser educado, pero en realidad no quería jugar con ella, porque no me gustaban las chicas, pensaba que eran unas sensibleras.
-La traeré más tarde -dijo la señora Macfarlane-. Es una linda chica. -Y le dijo a mi padre-: ¿Tiene todo  lo que necesita, coronel? -Y mi padre dijo-: Sí, gracias, señora Macfarlane. ¡Espléndido, espléndido! -mirando la bandeja con el té.
-Entonces seguiré con mis cosas -dijo la señora Macfarlane-. Le prometí a Sonny que tomaríamos juntos el té cuando llegara. Y regresará enseguida. -Saludó con la mano y salió.
Mi padre levantó una ceja, miró a mi madre y le dijo:
-¿Qué piensas de esto?
Mi madre dijo: -Es una enorme pena, ¿no?
-¿Pena? -dijo mi padre-. Es una maldita desgracia. La esposa de un oficial británico, para colmo. ¡Dios, si su esposo lo supiera se retorcería en la tumba!
-¿Es el mayor Macfarlane el que está allí colgado en el cuadro? -pregunté.
-Sí -dijo mi padre. Parecía enojado.
-Entonces, ¿quién es el señor Krishna? ¿El hijo de la señora Macfarlane?
-¡Por Dios, no! -dijo mi padre.
-El señor Krishna es un caballero indio, cariño -dijo mi madre.
-Caballero -dijo mi padre-. ¡Humm! -resopló.
-¿Es un hindú malvado, como el del cuento, madre? -dije-. ¿Usará turbante?
-No, no lo creo, cariño -dijo mi madre.
-Por todos los cielos, sirve el té -dijo mi padre-, y limpiemos el sabor amargo de todo esto.
Escuché a Doris que, afuera, gritaba: -¡Señorita Gerty! ¡Señorita Gerty! -Y luego unos pasos que corrían delante de la puerta y escuché a la señora Macfarlane y la voz
de una niña que hablaban y luego se cerró una puerta y ya no pude escuchar nada más.
-Esto está mejor -dijo mi padre cuando terminó de comer y se reclinó en la silla. Miré alrededor de la habitación y al piano y quise tocar, pero sabía que mi padre no me dejaría. No le gustaba que tocara el piano.
Mi madre dijo: -La casa no ha cambiado en lo más mínimo, ¿no?
-No -dijo mi padre-, la casa no, pero ella sí. ¿Para qué quiere teñirse el pelo, la vieja zonza?
-¿Crees que está teñido? -dijo mi madre-. Solía ser de ese color, sabes.
-Sí, hace diez años -dijo mi padre-. Por supuesto que está teñido.
-Silencio, querido, te escuchará.
-Me importa un pito si lo hace.
En alguna parte se abrió una puerta y un perro empezó a ladrar. Dije: -Es Scraps.
Y la voz de la señora Macfarlane dijo: -Sonny.
-Sonny -dijo mi padre y resopló.
-Ten cuidado -dijo mi madre-. Aquí viene.
Podíamos escuchar a la señora Macfarlane que venía por el vestíbulo. Abrió la puerta y entró y con ella había una niña más pequeña que yo.
-Ella es Gerty -dijo la señora Macfarlane.
-Qué linda nena -dijo mi madre.
Y mi padre sonrió y dijo: -Venga a saludar, señorita. No tenga miedo. -Pero Gerty no avanzó. Creo que tenía miedo de mi padre.
-Él es Dicky -dijo la señora Macfarlane-. Nació en esta casa, sabes. Espero que ustedes dos sean buenos amigos.
-Hola -le dije a Gerty.
-Hola -dijo ella con voz tímida y me miró con unos enormes y redondos ojos azules. Tenía el cabello rubio rizado y supongo que era realmente linda, aunque yo no les prestaba atención a las chicas porque eran tan tontas, siempre lloraban y decían que no les gustaban los juegos violentos.
-Gerty es una niña traviesa -dijo la señora Macfarlane-. Recién se rompió el vestido trepando a un árbol en el jardín.
-Sí -dijo ella.
-La mayoría de las chicas no hacen algo así -dije-. La mayoría de las chicas tienen miedo.
-Yo no tengo miedo -dijo Gerty.
-¿Era un árbol grande?
-Sí.
-Le dije -dijo la señora Macfarlane- que uno de estos días se romperá el cuello.
-No -dijo Gerty-. Mira -me dijo a mí-. Te mostraré el árbol al que trepé. -Se acercó al ventanal y señaló el fondo del jardín-. El del medio -dijo.
-Es un árbol grande -dije-. ¿Llegaste hasta arriba?
-Casi -dijo Gerty-. ¿Tú trepas?
-Sí -dije.
-Bueno, no vas a trepar a ningún árbol en mi jardín, jovencito -dijo la señora Macfarlane-, te lo aseguro. -Y añadió-: Lleva a Dicky al piso de arriba y muéstrale dónde está el baño. Puede que quiera lavarse.
-Sí, tía Mabel -dijo Gerty-. Vamos -me dijo a mí. Fui con ella hasta el vestíbulo y subimos las escaleras.
-Aquí está el baño -dijo-. ¿Quieres lavarte?
-No.
-Entonces te mostraré la habitación que tendrás esta  noche.
-Bueno.
Subimos un piso más y ella abrió la puerta de una pequeña habitación con el techo inclinado, que daba a la calle.
-¿No tendrás miedo de dormir aquí completamente solo?-dijo.
-No -dije.
-¿No le tienes miedo a la oscuridad?
-No.
-Ohh, yo sí.
-Pero no tienes miedo de trepar a los árboles...
-No -dijo Gerty-, pero la oscuridad es diferente. La oscuridad es horrible. -Y se estremeció y me miró con sus grandes ojos redondos.
-Bueno, a mí la oscuridad no me importa -dije-. No me asusta.
Eso no era cierto por completo, pero yo no iba a decirle a Gerty que no me gustaba la oscuridad.
-Debes de ser muy valiente-dijo.
-Bueno, tú también -dije-. Más valiente que la mayoría de las chicas, porque trepas a los árboles.
Pareció complacida cuando dije eso. -Creo que eres sumamente amable -dijo.
-¿Sí?
-Sí, sumamente.
-Yo también creo que eres amable.
De nuevo pareció complacida. -Estaba ansiosa pensando que vendrías hoy -dijo-. Deseaba que fueras amable y lo eres. Estoy tan contenta. -Y aplaudió, y entonces su cara de pronto se puso triste y dijo-: Pero te marchas mañana.
-Sí. Me voy a Francia.
-Ojalá no te fueras -dijo Gerty-. Ojalá te quedaras aquí. -Parecía muy triste.
-No importa -dije para animarla-. Regresaré.
-¿De verdad?
-Sí.
-Ohh, eso es bueno. Me alegra. -Y aplaudió y pareció volver a estar feliz y dijo-: ¿Qué harás en Francia?
-Veré a mi tía Jane.
-¿Hablas francés?
-No, pero mi tía sí. Está casada con un francés.
-¿Cómo es él?
-No sé. Nunca lo he visto. Es oficial de caballería.
-¿Puede hablar inglés?
-Oh, sí. Vino al colegio en Inglaterra.
-Tu padre es militar también, ¿no?
-Sí, es coronel.
-¿Estuvo en la guerra?
-No en la última. Estuvo en la guerra de los bóers. Mi hermano estuvo en la última guerra. Murió luchando.
-¿Tienes alguna hermana?
-Sí, pero en casa no podemos hablar de ella porque huyó y se casó con un hombre que a mi padre no le gusta.
-¿Por qué no le gusta?
-Dice que es vulgar.
-¿Qué quiere decir vulgar?
-Un hombre que no es un caballero.
-¿Era soldado?
-No.
-Mi tío era soldado -dijo Gerty-. Estuvo en el Motín de la India. Mató a muchos, muchos indios, y le dieron una medalla.
-¿Los indios eran como el señor Krishna?
-Algunos sí.
-Todavía no he visto al señor Krishna. ¿Es malvado? ¿Le tienes miedo?
-No -dijo Gerty-. Es negro, pero no me importa. Ayer me dio una caja de chocolates y un helado.
La voz de mi madre abajo llamaba: -¡Dicky!
Y dije: -Mejor sería que bajemos.
-Bueno -dijo Gerty.
Cuando llegamos al descanso de la escalera, mi padre subía y mi madre intentaba ayudarlo, pero él le dijo que no se agitara tanto por una tontería así, que lo ponía nervioso.
-Ah, Dícky, aquí estás -dijo mi madre.
-Gerty me mostró mi habitación.
-Bien -dijo mi madre-. Me alegra que se hayan hecho amigos. -Y mi padre le acarició la cabeza a Gerty y dijo que fuéramos a jugar abajo y no nos metiéramos en líos y no hiciéramos mucho ruido.
-Ahora no le tengo miedo a tu padre -dijo Gerty-. Al principio sí, pero ahora creo que es agradable.
Fuimos a la sala. Allí no había nadie y levanté la tapa del piano y toqué las teclas. Eran amarillas y parecía viejas.
-¿Puedes tocar el piano? -dijo Gerty.
-Sí, pero a mi padre no le gusta.
-¿Por qué no?
-Dice que es afeminado.
-¿Qué es eso?
-Quiere decir cosas de chicas. Lo leí el otro día en un libro.
-Bueno, yo soy una chica -dijo Gerty-, pero no toco el piano.
-Tocar el piano es fácil -dije-. ¿Lees libros?
-No demasiado.
-A mí me gusta leer. Algún día escribiré un libro.
-¿Sobre qué?
-No sé todavía. Mi abuelo escribió libros. Escribió sobre cacería mayor.
-¿Qué es cacería mayor?
-Leones y tigres y elefantes. Los cazaban. Mi abuelo también era militar.
-¿Vas a ser militar cuando crezcas?
-Mi padre dice eso.
-¿Cuántos años tienes?
-Diez y medio.
-Eres mayor que yo.
-Sí.
Gerty se dirigió al ventanal y lo abrió. -Salgamos  -dijo.
El sol estaba fuerte en el jardín trasero; Tommy estaba echado y su pelaje lucía marrón con los rayos del sol, pero cuando me acerqué dio un salto y disparó hacia los árboles del fondo.
-¿Qué hacemos? -le pregunté a Gerty.
-Trepemos a ese árbol.
-Tu tía dijo que no lo hiciéramos.
-No se enterará. Vamos. -Gerty me tomó la mano y corrimos por el jardín hasta el árbol-. Yo voy primero -dijo Gerty. Me soltó la mano y empezó a subir. Trepaba fácilmente, más como un varón que como una chica. Miré alrededor para comprobar que nadie nos observaba, luego también subí. Era un árbol alto y había que tener cuidado porque tenía puesta mi mejor ropa, pero pronto estuve junto a ella, sentado en las ramas. Estaba fresco allá arriba y el viento soplaba entre las ramas y corría una buena brisa.
Gerty dijo: -Me gusta estar aquí arriba contigo.
-A mí también.
-Eres un chico agradable -dijo, y me tomó la mano y me la besó. Me sorprendí tanto que casi me caigo del árbol. No sabía qué hacer. Sabía que lo que había hecho era algo sentimental, pero de algún modo extraño me gustó. No dije nada y continuamos sentados en el árbol, tomados de la mano. Debimos de estar allí un largo rato cuando la señora Macfarlane salió al jardín y nos llamó a los gritos.
-Estamos fritos -dije-. Nos retará.
-Shh -dijo Gerty-. Si nos quedamos quietos, no nos verá.
-¡Dicky! -llamaba la señora Macfarlane-. ¡Gerty! ¿Dónde están? -Caminó por el jardín llamándonos, pero  nos quedamos quietos en las ramas y pronto ella regresó a la casa. Tommy corrió tras ella con la cola levantada.
-Mejor bajamos -dije-, antes de que vuelva.
-Bueno -dijo Gerty.
Bajé más rápido de lo que había subido y me quité las hojas de la ropa. -Apúrate -le dije a Gerty.
-Me estoy apurando -dijo Gerty. Justo en ese momento la rama de la que se sostenía se rompió y ella se resbaló y cayó al piso. Cuando pasó estaba casi abajo, así que no fue una caída desde muy alto, pero al aterrizar lo hizo pesadamente sobre una de sus rodillas.
-¿Te lastimaste? -dije, acercándome. Gerty se puso de pie y se frotó la rodilla. No lloró, pero me daba cuenta de que en verdad quería hacerlo. Le miré la rodilla. No estaba abierta y no había sangre, pero se le había despellejado y parecía dolerle. La ayudé a levantarse y a quitarse la suciedad del vestido. Se quedó allí, frotándose la rodilla y tratando de no llorar. Sentí algo extraño dentro, como si yo mismo fuera a ponerme a llorar. No me gustaba que se hubiera lastimado. Era raro, porque yo siempre me reía cuando otras chicas se lastimaban. Pensaba que se lo merecían por ser tan tontas, pero, de algún modo, lo que sentía por Gerty era distinto.
-Ahora la tía me regañará -dijo ella.
-No se dará cuenta -dije.
Pero sí se dio cuenta, apenas entramos. Estaba en la sala, hablaba con mi padre y mi madre. Miró a Gerty y le dijo: -¿Qué estuvo haciendo, señorita?
-Jugábamos a las escondidas en el jardín y se cayó -dije. Mi madre dijo: -Debes colocarte algo en esa rodilla.
-Yo lo haré... -dijo la señora Macfarlane-. Vamos,  Gerty.- En la puerta se volvió-. La cena tardará menos de un  minuto -dijo, y salió.
-Gracias a Dios por eso -dijo mi padre cuando se  marchó.
-Sube y lávate las manos, Dicky -dijo mi madre-. Y  ¿qué has hecho con tu ropa? Tienes pasto por todas partes.
Afuera, todavía había luz cuando terminamos de cenar y me pregunté si me dejarían salir y jugar con Gerty otra vez. Estaba a punto de preguntarles cuando se escuchó un golpe en la puerta y entró la señora Macfarlane. Había un hombre con ella y supe que era el señor Krishna porque, aunque no era negro como Gerty decía, era bastante oscuro y se parecía a los dibujos en El ojo de Krishna, excepto que no llevaba turbante y estaba vestido como todos los demás. Sonreía y tenía grandes dientes blancos y no parecía malvado en absoluto.
-Él es Sonny -dijo la señora Macfarlane.
-¿Cómo está usted? -dijo el señor Krishna, y hablaba bien en inglés.
Y mi madre también dijo: -¿Cómo está usted? -Mi padre no lo dijo en voz alta, sólo hizo un ruido con la garganta y se quedó allí acariciándose la barba y sin parecer muy complacido. Scraps había entrado con ellos y se mantenía cerca del señor Krishna. Era un fox terrier gordo y tenía aspecto de necesitar ejercicio. No me gustó demasiado. No quería hacerse amigo y cuando me acerqué para acariciarlo se alejó y me gruñó, así que después de eso lo dejé tranquilo.
La señora Macfarlane y el señor Krishna se quedaron un rato, hablando; al menos la señora Macfarlane hablaba y el  señor Krishna sólo sonreía y asentía y no decía mucho y mi padre tampoco decía mucho. Después de un rato se fueron llevándose a Scraps con ellos.
-Bueno -dijo mi madre cuando ya se habían ido- ¿qué piensas de Sonny?
-Es un escándalo -dijo mi padre-. Una mujer de su edad. Es repugnante.
-Ella dice que es un joven muy inteligente. Es licenciado.
-¡Bah! -dijo mi padre-. La India está llena de nativos con licenciaturas. Uno de cada dos funcionarios que uno conoce tiene una licenciatura.
-¿Es el señor Krishna un funcionario, padre? -pregunté.
-Lo sería en su propio país -dijo mi padre.
Entonces se escuchó un golpe en la puerta y entró Gerty con una venda alrededor de la rodilla lastimada. -Por favor, ¿puede Dicky salir a jugar conmigo en el jardín? -dijo.
-No sé -dijo mi madre-. Mañana lo espera un largo día... ¿Qué piensas, querido?
-Oh, déjalo ir.
-Bueno, entonces. Pero no mucho tiempo, ojo.
-Vamos -dijo Gerty, y salimos al jardín. Gerty rengueaba un poco.
-¿Duele mucho ahora? -dije.
-No -dijo ella-. La venda está apretada, eso es todo.
-¿Te retó tu tía?
-No mucho.
-¿Qué hacemos? -dije.
-Sentémonos y hablemos.
-Bueno.
Había un banco en el fondo del jardín y nos sentamos  allí. Oscurecía.
-¿A qué hora te marchas mañana? -dijo Gerty.
-Por la mañana, creo.
-Ojalá te quedaras.
-A mí también me gustaría.
-Pero no estarás lejos mucho tiempo... Promételo.
-Lo prometo.
-Oh -dijo ella-. No quiero que te vayas.
-Yo tampoco quiero irme.
Me tomó la mano. -Bésame -dijo.
Me incliné y la besé fugazmente en la mejilla. Yo nunca había hecho algo tan sentimental y sentí que la cara se me ponía roja. Pero en realidad no me importaba y no quería irme ni un poquito. Quería quedarme con Gerty. Después de eso permanecimos allí sentados sin hablar y la puerta de la casa se abrió y mi madre llamó:
-¡Dicky!
-Ahora debemos entrar -dije.
Nos levantamos y cruzamos el jardín hacia donde estaba  mi madre. -¿Ya es hora de ir a dormir?-dije.
-Sí -dijo mi madre-, has estado levantado hasta muy tarde.
-Lo acompañaré arriba -dijo Gerty. Delante de la puerta de mi habitación, ella dijo: -Te veo mañana.
-Sí. Y no temas a la oscuridad.
-Trataré.
Abajo comenzó a sonar un gramófono.
-Es el gramófono del señor Krishna -dijo Gerty-. A  veces me deja usarlo.
-Lo conocí. No es realmente negro.
-Es bastante negro.
-No tanto.
La voz de la señora Macfarlane llamó a Gerty desde abajo.
-Tengo que irme -dijo Gerty-. Dame un beso de buenas noches.
La besé en la mejilla y corrió escaleras abajo. Fui a mi habitación. Estaba demasiado cansado como para lavarme, así que me desvestí y me metí en la cama. Había una perilla junto a la cama y estaba a punto de apagar la luz cuando la señora Macfarlane entró. -¿Tienes todo? -dijo.
-Sí, gracias.
-Mañana a esta hora estarás en Francia. Estarás con tu tía Jane.
-Sí.
-¿Tienes ganas?
-Sí.
-Eso está bien -dijo la señora Macfarlane-, buen muchacho. -Se inclinó y me besó, pero yo pude esquivar la mayor parte y ella dijo-: Buenas noches. -Salió y apagó la luz desde la puerta. Escuché que bajaba y sonaba el gramófono y me sentí triste porque no quería irme. No quería irme a Francia para nada. Estaba oscuro en la habitación, pero no me importaba porque me sentía tan triste que no me importaba nada y luego debo de haberme dormido porque me desperté con el sol que brillaba en la ventana y  mi madre que entraba y me decía que era hora de levantarse porque nos íbamos después del desayuno.
Cuando bajé, mi padre comía panceta con huevos y me di cuenta de que estaba de buen humor. Supongo que estaba contento de alejarse de la señora Macfarlane, pero yo no estaba contento porque significaba abandonar a Gerty. No la vi hasta que terminamos de desayunar y entonces apareció la señora Macfarlane y Gerty con ella.
-Pueden ir al jardín si quieren -dijo mi madre-, sólo que no tarden mucho porque el taxi llegará pronto.
Así que salimos y Gerty me tomó la mano y dijo: -¿Me escribirás cuando estés afuera?
-Sí.
-¿Mucho? ¿No me olvidarás?
-No. -No quería hablar mucho porque sentía algo en la  garganta como cuando uno llora y no quería llorar frente a Gerty.  Así que nos quedamos allí con ella, que me tomaba de la mano.  Mi madre nos llamó para que entráramos, debía prepararme.
Cuando bajé, el taxi estaba afuera y el hombre sacaba los  baúles. Mi padre le dio la mano a la señora Macfarlane y dijo:  -Muchas gracias por la hospitalidad. ¡Una estadía de lo más  agradable!. -La señora Macfarlane besó a mi madre y le dijo  que esperaba que tuviéramos un buen viaje. El señor Krishna  estaba afuera con Scraps; tampoco vi a Tommy. Entonces  Gerty vino al vestíbulo y pude ver que había llorado.
-Dale un beso de despedida a Dicky -dijo la señora Macfarlane-. ¿No van a besarse para despedirse? -Pero yo no iba a hacer algo así con todos ellos mirando, así que nos dimos la mano y ninguno de los dos dijo nada. Yo quería  decirle que no me olvidaría, pero tenía miedo de echarme a llorar. Creo, sin embargo, que ella lo sabía.
Entonces subimos al taxi y la señora Macfarlane nos saludó con la mano y gritó desde el cerco, pero no veía a Gerty, había entrado. Llevó mucho tiempo llegar a la estación.
Mi padre dijo: -Gracias a Dios nos alejamos de allí.
Yo dije: -Madre, ¿cuánto tiempo estaremos fuera?
Y mi madre dijo: -No lo sé, cariño. Depende.
-¿Depende de qué?
-Sólo depende. ¿Por qué? ¿No quieres ir a Francia? ¿No quieres ver a la tía Jane?
-No -dije, y podía sentir algo en la garganta y entonces de pronto comencé a llorar.
-¡Santo cielo! -dijo mi padre-. ¿Qué sucede? ¿Qué le pasa al chico?
Y mi madre dijo: -No llores, cariño. No llores. -Pero yo no podía parar, no podía evitarlo, no podía parar.

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