Empezamos a leer este libro, casi sin querer, fue por
casualidad.
Habíamos leído la correspondencia entre Ramón J. Sender y
Carmen Laforet. Nos llamó la atención esta correspondencia y lo que se
percibía en las cartas de la escritora: Nada
Tal vez decir "nada" sea exagerado pero, J. Sender
sí habla de "sus cosas", de lo que piensa desde el exilio sobre
España; de sus anhelos de volver; sus amigos en América e, incluso, se deja ver
cierto enamoramiento hacia Laforet... ella no, sus cartas no tienen apenas
contenido, habla en términos muy generales de la familia, los hijos, los libros
siempre pendientes de escribir, deja una sensación de Nada.
Y, dado que hay muchísimo escrito sobre Carmen Laforet y su
excasa obra literaria, nos llamó la atención esta escritora que con veintipocos
años ganó el premio Nadal y que asombró a tantos escritores de la época, ¿por
qué? . Tal vez la respuesta fuera porque sí, por su valía, aunque en su caso
sería mejor decir porque no.
Nada salió a la luz de milagro, el manuscrito fue
presentado el último día de plazo para el recién creado premio Nadal y ganó (1945). Una novela íntima, costumbrista,
realista, correctamente escrita y en donde la palabra NADA aparece muchas veces
para explicar un país en posguerra, hambriento y carente de vida, de comida, de
dicha, de literatura y de esperanzas.
Nos ha gustado mucho y tampoco sabemos muy bien el porqué.
Es de agradable lectura, amable aunque el contenido sea reflejo de una
España en penumbra. Es desesperanzador y, a la vez, tierno.
Personajes sombríos como los tíos de Andrea, la protagonista, frente a la
entrañable abuela o la desesperada Gloria con su nene. Todos con una vida miserable, sin visos de
mejorar y, en mitad de todo ello, Andrea, Carmen Laforet, su vida en la Barcelona de aquellos años.
Podríamos resumir lo que nos ha parecido la vida y obra de
Laforet, con lo escrito por el crítico Fernando Valls a los pocos días de
su muerte, en febrero de 2004: “Una chica joven escribe una novela tan curiosa
como inquietante, luego se casa, tiene varios hijos, se convierte al
catolicismo para abandonarlo poco después, publica otros libros que no cubren
las expectativas, por lo que decide no publicar nada hasta estar convencida de
su calidad, cosa que no llega a producirse…”.
Pero no sería justo, Laforet era mucho más y así lo escriben
en su época donde una mujer poco podía hacer por estar al lado de los
escritores, y ella estuvo y fue considerada.
Hemos encontrado una entrevista que se hizo a los autores
de una biografía de la escritora, Anna Caballé e Israel Rolón. En
esta entrevista se atisba la figura de esta gran escritora que nunca pudo ser
ella, escribir por el placer de escribir y no por requerimiento. En permanente búsqueda de la madre que perdió
y de la felicidad que nunca le fue completa:
"BARCELONA.- En 1944, la jovencísima Carmen Laforet
revolucionó la literatura de posguerra con 'Nada', novela merecedora de la
primera edición del Premio Nadal. Era el principio de una nueva narrativa, pero
también de un nuevo tipo de autor hasta la fecha poco presente en nuestras
letras: el escritor que no quiere, o no puede, seguir siéndolo. El miedo
escénico, la represión familiar, la pérdida de la inspiración y otros factores
similares hicieron que la literata fuera disolviéndose en un silencio cada vez
más exagerado, escondiéndose del mundillo que la había acogido, convirtiéndose
en la narradora que olvida su vocación... Ahora se publica la primera biografía
sobre su persona, 'Una mujer en fuga' (Ed. RBA), coescrita por Anna Caballé e
Israel Rolón, y merecedora del premio Gaziel de Biografías y Memorias 2009.
Hablamos con Anna Caballé para tratar de desvelar el misterio en torno a esa
autora del silencio.
- En el prólogo de su biografía, hacen una pregunta francamente interesante: ¿cómo se puede no escribir sin dejar por ello de ser escritora? Después de confeccionar este libro sobre Carmen Laforet, ¿han encontrado la respuesta?
Laforet escribe y escribe hasta el final, el problema (o uno
de los problemas) es que, a medida que avanza su enfermedad neurodegenerativa,
su talento va enturbiándose. De manera que escribe, pero cada vez el esfuerzo
que debe hacer es mayor y los logros más pequeños. Ella fue escritora hasta el
final, porque era su forma de comunicarse con el mundo, escribiendo, pero
acabaría renunciando a cualquier compromiso con la escritura, ya que le
resultaba un desafío insuperable. ¿Dejó por ello de ser escritora? No.
- Carmen Laforet se alejó del mundillo literario porque no se encontraba a gusto en él. Sin embargo, hasta una edad ya avanzada continuó asistiendo, aunque no fuera de un modo regular, a los homenajes que le rendían, especialmente en las universidades. ¿No es eso una forma de continuar en el mundo literario de un modo disimulado? Es decir, ¿no indican esas asistencias que Laforet quería continuar en los ambientes culturales?
Bueno, usted señala un aspecto interesante, que es la
ambigüedad de las relaciones de Laforet con el mundo literario. Siempre fue
así: por una parte necesitaba de la proyección de su obra, como cualquier
artista, porque vivía de ella. Por otra, su ser más profundo se rebelaba ante
la vida social e intelectual, porque ella nunca se sintió cómoda en ella. Fue
incapaz de construirse un personaje público, una máscara, para defenderse. Su
forma de protegerse era escapando, como Elizabeth de Austria huyendo de la
corte de Viena desesperadamente hasta el final, cualquier final. En todo caso,
esos homenajes sólo solía aceptarlos fuera de España, porque en el extranjero
se sentía menos fiscalizada.
- Pocos escritores han ejemplificado de un modo más evidente la imposibilidad de escribir sobre temas que no nos apasionan. Cuando dejó de escribir sobre sí misma, perdió el interés por la literatura. ¿En qué momento de su vida empezó a hacerse patente esa grafofobia que ella misma se diagnosticó o, como diría Vila-Matas, ese acercamiento hacia el silencio narrativo?
El nudo del problema se manifiesta con la escritura del
segundo volumen de su trilogía, 'Al volver la esquina', en torno a 1963. Ella
tiene 42 años y está intentando un cambio de estilo radical, escribir de
acuerdo con unos parámetros literarios próximos al realismo mágico que se
impondría rápidamente, pero es un modo de escribir en el que no está a gusto y
entonces encalla. Porque nunca se plantea volver atrás y recuperar su veta
autobiográfica. Después, en 1970, la prohibición de su marido, Manuel
Cerezales, de escribir sobre su pasado conyugal le hace esa vuelta imposible.
En realidad, era una prohibición que no tenía ninguna validez legal, porque
nadie puede imponer a nadie este tipo de interdicción, de 'fatwa'. El problema
de Laforet fue la autocensura, eso la bloqueó.
- Su libro apunta al 'complejo de inferioridad' y al 'pánico a la opinión pública' que Laforet generó cuando, siendo tremendamente joven, se convirtió en objeto de estudio, en centro de atención de la crítica, en personaje primordial en la narrativa del momento. ¿Cree que ese complejo provenía de sí misma o que vino provocado por el modo en que el mundillo literario la trató?
Laforet, en términos absolutos, no podía quejarse de cómo la
trataba el mundo literario, porque a ella le bastaba decir su nombre para que
se le abrieran todas las puertas. Todo el mundo había leído 'Nada' y había
quedado atrapado por el magnetismo que desprende la novela. Ahora bien, ella es
muy joven cuando tiene que afrontar, sin ninguna preparación previa, el aluvión
periodístico. Pensemos que, probablemente, Laforet fue el primer caso en España
de lo que hoy llamaríamos un 'escritor mediático', que despierta un gran
interés en los medios de comunicación. Por su belleza, su juventud, su estilo
tan diferente al de las mujeres españolas de la época (con su peinado 'arriba
España' y una gruesa capa de maquillaje). Laforet seducía por su sonrisa, su
sencillez y el talento que había demostrado en su primera novela. El problema
es que había que ir dando muestras de ese talento continuamente –el ser sublime
sin interrupción, que decía Baudelaire y después recogería irónicamente
Francisco Umbral-. Y eso ella no lo soporta. Siente que ha escrito una novela
con sus entrañas, pero que no está a la altura de la conversación intelectual y
que además no le interesa para nada, porque esa conversación es la que tiene su
marido, Manuel Cerezales, con el que muy pronto se producen las primeras
diferencias. De algún modo el rechazo al mundo intelectual supone,
indirectamente, un rechazo al mundo de Cerezales.
- La vida de Carmen Laforet es, además de muchas otras cosas, un muestrario de la sociedad patriarcal y del machismo imperante en el mundillo literario de la época. Según explican ustedes, prácticamente todos los reportajes que se escribían sobre ella hacían alusión a su belleza, a lo bien que llevaba la casa y, en definitiva, a circunstancias absolutamente ajenas a la literatura. Como experta en literatura española, ¿cree usted que las escritoras de hoy en día se enfrentan al mismo problema?
No, afortunadamente, lo que no significa que una mujer, al
exponerse a la mirada pública, lo haga con unos condicionantes que no tiene el
hombre. En una mujer, su aspecto externo, su forma de vestir, de peinarse, de
moverse, sigue siendo muy determinante a la hora de hacerse una composición de
la persona. Algo que no ocurre con los hombres, que disfrutan de una mayor
naturalidad en su relación con el mundo. En Laforet se daba el caso de que los
periodistas, por el sexismo imperante de la época, se sentían en la obligación
de subrayar las cualidades domésticas de la escritora. El mensaje no podía ser
otro que el de advertir que su vida profesional no era obstáculo para que la
vida doméstica y familiar funcionara a las mil maravillas. Pero a Laforet las
obligaciones de la casa le eran totalmente ajenas.
- ¿Existe algún tipo de vínculo entre el caso de otros escritores alérgicos a los medios de comunicación, como J.D. Salinger o Thomas Pynchon, y Carmen Laforet?
Desde luego que sí. Algo en común corre por las venas de
esos escritores y les hace hipersensibles a la opinión pública. Además, en los
tres casos se da la circunstancia de que son sus primeras y prodigiosas novelas
las que generan unas expectativas a su alrededor que ellos rechazan
visceralmente. No quieren ser engullidos por la sociedad como un pastel de
manzana. Yo creo que hay también algo anómalo en esa actitud, una tensión del
yo consigo mismo que la mirada pública no hace sino aumentar vertiginosamente.
- ¿Qué pueden aprender los escritores jóvenes del ejemplo de Carmen Laforet?
Que tan importante como escribir un buen libro es resistir
después las dificultades y sobreponerse a ellas. Laforet renuncia muy pronto al
compromiso que, sin ella quererlo, ha contraído con la sociedad y quiere
escapar de él a toda costa. De haber sido capaz de mantenerse fuerte ante la
mirada ajena, Laforet hubiera escrito grandes cosas."
Y esto escribió Josefina Aldecoa, el día del fallecimiento de Carmen Laforet y su Nada:
"...El libro de Carmen Laforet me atrajo desde el primer momento, desde el premio y el título y las primeras fotografías que vi en la prensa. Una muchacha interesante y tímida. Tenía un aire adolescente que rejuvenecía sus 23 años.
Y esto escribió Josefina Aldecoa, el día del fallecimiento de Carmen Laforet y su Nada:
"...El libro de Carmen Laforet me atrajo desde el primer momento, desde el premio y el título y las primeras fotografías que vi en la prensa. Una muchacha interesante y tímida. Tenía un aire adolescente que rejuvenecía sus 23 años.
Al leer su novela tuve una extraña sensación que no había
sentido hasta entonces, a pesar de mis lecturas apasionadas de Infancia,
adolescencia y juventud, de Madame Bovary, de Cumbres
Borrascosas,que eran algunos de mis descubrimientos de entonces.
Andrea, la protagonista-narradora de Nada, testigo
de una etapa tristísima de la vida española en una ciudad, Barcelona, en la que
va a iniciar sus estudios universitarios, me transmitía el autoanálisis
fascinante de sus sensaciones, sus sentimientos, sus descubrimientos, su
soledad.
Por las páginas del libro transcurren en la atmósfera
asfixiante de su familia unos personajes vencidos y extraños, encerrados en un
mundo sórdido.
Andrea descubre en la universidad el mundo de los jóvenes
compañeros, de sus contemporáneos. Escribe la novelista: "La verdad es que
me llevaba a ellos un afán indefinible que ahora puedo concretar como un
instinto de defensa: sólo aquellos seres de mi misma generación y de mis mismos
gustos podían respaldarme y ampararme contra el mundo un poco fantasmal de las
personas maduras".
A esta novela de Carmen Laforet siguieron otras hasta
completar una obra sorprendente en el tiempo que fue escrita. Un tiempo que se
deslizaba entre la atonía y la vulgaridad de un país encerrado en sí mismo,
aislado del mundo real de más allá de nuestras fronteras. Y para el escritor,
con el temor constante de la censura que había que ejercer sobre uno mismo
antes de empezar a escribir.
Carmen Laforet escribió una novela claramente
existencialista. El vacío, el desconsuelo, el caminar sin rumbo, "el ser
para la nada" están ahí, en las páginas de su novela. La desaparición de
Carmen Laforet me sume en una tristeza especial. El final de la década de los
cuarenta y el principio de los años cincuenta son ya definitivamente historia
literaria.
Y ella, Carmen, la adolescente sensible, la jovencísima
triunfadora con un libro que expresaba lo que tantos sentíamos, ocupa el primer
lugar en esa historia. El lugar privilegiado de los que rompen los esquemas
falsos y aburridos de su tiempo."
... hay más, mucha más documentación sobre Laforet. Aquí os dejo un enlace de algo escrito por una profesora en U.S.A. con quien Carmen tuvo relación, para ella la amistad era algo fundamental en su vida, imprescindible, necesario:
http://bit.ly/10nYqVB
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