domingo, 6 de julio de 2014

Revelers jump on a rainbow painted crosswalk in Church Street, Toronto's LGBT neighbourhood, before “WorldPride”, a gay pride parade, in Toronto, June 29, 2014. Toronto is hosting WorldPride, a week-long event that celebrates the lesbian, gay, bisexual and transgender (LGBT) community. (Photo by Mark Blinch/Reuters)

¡Viva la Botella!

Dedicatoria

Firmé ejemplares de mi novela en Lille. En el Furet du Nord -es el nombre de la librería- para decenas de lectores (centenas quedaría mejor, pero no, no exageremos. Decenas no está tan mal). Y esperaba ver por fin a Juan Víctor.
Por lo común, desde hace veinte años (pongamos dieciocho años si queréis, pero yo redondeo, es normal, no voy a contaros que escribo oficialmente desde hace diecisiete años cuatro meses y seis días puesto que mi primer libro publicado salió el, precisiones superfluas, me detengo), cada vez que se publica uno de mis libros Juan Víctor me envía un breve mensaje. Juan Víctor de la Tiébauderie. No sé quién es. Nunca he querido saberlo. Unas líneas acompañan un ejemplar de la nueva novela con un sobre estampillado, endosado por él mismo, listo para el reenvío. Me pide una simple dedicatoria. En el libro de hace veinte años (o dieciocho, redondeo) fue Muy amistosamente. Después he ido permitiéndome algo más de libertad, de calidez. Esto respondía a su entusiasmo. Siempre tan apasionantes, sus tramas. Permítame solicitarle una vez más...

Hoy me he apostado tras el montón de libros de mi última obra. En Lille. En el Furet du Nord. Lille es la ciudad donde vive Juan Víctor. Me advirtió que vendría. Me he arreglado. He pasado por las manos de una cosmetóloga (máscara de retinol para suavizar las arrugas), camisa de seda (de rebaja) y falda (de oferta) lucen con buena apariencia. Hace veinte años que escribo, ya no soy ninguna adolescente, tampoco Juan Víctor, supongo, hace veinte años que me lee. A menudo los hombres envejecen bien. Pero ignoro todo acerca de él, salvo que le gusta lo que cuento.

¿Cuál es su nombre?
Juan Pedro Juan Pablo Juan Diego Juan Claudio Juan Luis Juan Francisco Juan Miguel.
Para Juan Pablo con toda mi amistad. Para Juan Claudio con amistad. Para Juan Francisco amistosamente.
¿Cuál es su nombre?
Juan algo. Juan II el Bueno. Juan III el Piadoso Juan Bautista Juan Crisóstomo.
¿Juan el Bueno fue buen príncipe? Juan el Piadoso rezó mucho. Juan Bautista predicó mucho. Juan Crisóstomo, no lo conozco.

Imagino a Juan Víctor. Lo veo alto y atlético. Los ojos: dos aguamarinas, siempre he soñado con un hombre de mirada azul. Peinado: cambia según las modas, de la coleta al cráneo afeitado pasando por los dreadlocks (por qué no, mi gusto varía). Hoy lo voy a conocer. Firmo y, mientras llevo mi mano a otro libro, con disimulo vigilo la puerta vidriera. Lo ha prometido. Juan Victor de la Tiébauderie. Mi fan de apellido aristocrático. Eso me pone contenta.

Los otros lectores se empujan, lectores y lectoras. Cortésmente. Me formulan todos las mismas preguntas. Cuánto tiempo para hacer. ¿De dónde saca estas historias? ¿Situaciones reales o usted inventa? Yo, dice el contable de Euralille, trato de escribir, hasta me inscribí en un taller. Piensa usted que. Y esta, recepcionista del Floréal, aquel jefe electricista en el Grand Palais, los profes del liceo Faidherbe y el camarero del Balatum. Cree usted realmente. ¿Es tan difícil encontrar un editor? Sí/no respondo al azar con una sonrisa inmutable. Pasa una hora, pierdo la esperanza sin perder el control, con una mano que tiembla un tanto despacho la tarea cordialmente cordialmente cordialmente.

El que esperaba no vino. O quizá vino de incógnito, perdido en la muchedumbre, renunciando a presentarse. No tenía ningún libro para ser dedicado ya que me envió hace mucho tiempo un ejemplar y yo escribí Para Juan Víctor, mi lector muy fiel. Evocando a mis personajes él se arriesgó a hablar de lazos que se anudan sin que uno lo haya buscado. Mi Juan Víctor desconocido y sin embargo familiar. Que últimamente decidió, Como usted ha sido invitada a una librería de mi barrio por fin vamos a vernos. Lo esperé hasta la hora del vino y de las galletas. La encargada de la librería servía los vasos, presentaba las bandejas sorprendidísima de que la vendedora, tras haber preparado los refrescos y haberse ofrecido a servirlos, se hubiera eclipsado sin avisar. Usualmente Clara cumplía con sus obligaciones.

Los Juan y los otros bebían. Juan Pedro Juan Pablo Juan Luis Juan Diego Juan sin Miedo Juan de la Luna Juan que llora Juan que ríe. Tío Juan sácate el gabán. Juan de Florette. Juan V Paleólogo Juan VI Cantacuzeno.

Mi novela vale quince euros. Algunos dicen que Juan el Bueno creó el franco en 1360 y de ser cierto lo traicionamos. Juan Víctor también me ha traicionado. Examino uno por uno los altos los bajos los gordos los flacos los guapos los mediocres los extra los ordinarios todos estos hombres con el libro en la mano que dicen llamarse Juan (José Pedro Pablo Diego Luis Miguel Francisco). Ningún Juan Víctor. Ninguna carta tras el acontecimiento para explicar su ausencia. ¿Gripe? ¿Un viaje imprevisto? Trabajo en el comienzo de otra novela. Que será publicada. Tal vez. El buen humor se fue. El corazón se va a pique. Accesos de melancolía. Los días pasarán. Las semanas. Olvidaré.

Los meses. Tres meses ya desde la sesión de dedicatorias. Esta mañana llamo a Lille. A la librería. Un asunto banal de ejemplares que reponer. La encargada ha salido por todo el día. Trato el tema lo mejor que puedo con Clara. Luego Clara por lo común reservada se vuelve locuaz. Oigo a la pequeña vendedora contarme en el auricular que su vida se ha transformado. Me anuncia que tiene un novio, inteligente, súper, muy chic. Alto delgado elegante. El príncipe azul. Lo conoció en el Furet du Nord. Aquella noche. Sí la noche en que. ¿No notó usted mi repentina desaparición? La patrona refunfuñó después. Fue un flechazo a primera vista, dice Clara. Abrió la puerta nos miramos, dio un paso y sonrió, tendió la mano, ella lo siguió no nos separaremos nunca más. Le habla a menudo de mis libros. Los encuentra tan emocionantes.
Ella dice que él se llama Juan Víctor
Tiébaud.
Le ha parecido superfluo conservar el «de la».


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